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En algún momento del siglo XVI, en el oriente boliviano,
se empezó a tener noticias de los ayoreos, que convocaron de parte de los
cronistas y viajeros una profusión de designaciones, prevaleciendo sin embargo
hasta el 2003 su autodenominación original.
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Las primeras referencias específicas se relacionan con
sus mujeres, y uno de los primeros catequizadores dio cuenta de la muerte
de un español porque había faltado el respeto a una ayorea.
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Con ese acto en realidad castigaron un descuido en el
reconocimiento de la posición de prestigio que la mujer tuvo y sigue teniendo
dentro de la sociedad ayorea.
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Un siglo más tarde, la siguiente referencia vuelve a
tener relación con las mujeres. Cronistas y catequizadores las califican
de libertinas porque culturalmente son las que tomaban y toman la iniciativa
sexual.
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El misionero D`Orbigny escuchó decir a una ellas ante
la frialdad de un joven: ”Qué infeliz que soy ¿Cómo va a amarme si no tengo
nada que darle?..."
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Las mujeres indígenas de otras naciones apreciaban los
regalos de los blancos pero las ayoreas no. Preferían que el hombre ayoreo
les diera algún presente que le hubiera costado cazar o recolectar.
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Los catequizadores definieron a esa relación cultural
entre géneros como un trastoque de roles, y consideraron a los varones,
a pesar de su prestancia guerrera ante las incursiones conquistadoras, como
pasivos y dominados por las mujeres.
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Los ayoreos fueron hasta 1960, absolutamente nómades,
y según su lógica de recolectores y cazadores, consideran innecesario producir
y acumular bienes. Perciben a la naturaleza como dotada en abundancia de
los bienes deseados y saber vivir bien es conocer cuándo, dónde y cómo hallar
esos bienes.
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Fueron considerados traidores a la patria por no enrolarse
en la guerra con el Paraguay.
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Les fueron atribuidos entonces asaltos y son perseguidos
y sus mujeres raptadas y especialmente violadas por su fama de iniciadoras
sexuales.
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Muchas ayoreas estuvieron en condición de cautivas en
haciendas, y fue una de ellas que tomó la iniciativa de establecer la paz
entre blancos e indígenas. La decisión de hacer contacto con los dominadores
y ver las posibilidades de esa relación fue femenina.
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Dos mecanismos tuvieron las cautivas para no perder su
identidad: soñar y cantar. Soñar con sus familias y cantar las características
buenas de sus seres queridos.
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Las mujeres fueron también quienes tomaron las iniciativas
de mediación y conciliación con las misiones.
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El que fueran muchas las mujeres misioneras facilitó
el trato entre pares, pero cuando se trató de negociar con autoridades masculinas,
las ayoreas adoptaron tonos y maneras varoniles, porque de ese modo hacían
entender a los extraños que ellas tenían la primacía dentro de su sociedad,
y podían ser iguales a los hombres blancos a quienes se enfrentaban.
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Las misiones les dieron cabida y protección pero las
enfermedades terribles que les ocasionó el contacto los volvieron al monte
a proseguir su inveterado nomadismo recolector.
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A la mitad de la década del 50 empiezan a migrar hacia
las ciudades y llegan a las afueras de la entonces Santa Cruz de la Sierra,
por los alrededores de la Estación Brasileira.
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La condición cultural de las ayoreas les impidió asimilarse
al servicio doméstico como alternativa de articulación a la ciudad para
adquirir recursos de subsistencia.
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Las misioneras habían logrado algunos avances pero lo
que "les entró por una oreja les salió por la otra"... según palabras de
una anciana religiosa...
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Optaron entonces por caminar por la ciudad, buscar, recolectar,
y pedir, y devinieron en limosneras, e institucionalizaron la mendicidad.
No hay hombres mendigos. T odas son mujeres.
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De la nación ayorea quienes destacaron nítidamente en
la sociedad nacional boliviana fueron todas mujeres, y algunas de ellas
se profesionalizaron en salud principalmente. María Paz, su líder más connotada,
llegó a ser la única mujer que tuvo cargo en las organizaciones indígenas
bolivianas y dijeron de ella que les gustaba mucho la política.
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Los hombres se vieron obligados a alejarse por temporadas
de Santa Cruz, buscando supervivir como carpinteros, cargadores, cosechadores
y otros oficios menores. Conseguían eventualmente otras parejas. Las ayoreas
viajaban entonces hasta los lugares donde estaban trabajando los varones,
y colectivamente, con el poder conferido a su género de manera natural y
ancestral, reclamaban al patrón los salarios o solicitaban adelantos.
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-Las ayoreas no saben manejar dinero, y no funcionan
ni como empleadas ni comerciantes, pese a los intentos y fracasos emprendidos
repetidamente en ese sentido.
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La primera ayorea prostituta aparece a finales de los
60, cuando toma la iniciativa sexual frente a un mestizo, y este le da dinero.
El formato posteriormente se repitió en otras por imitación o socialización
del acto, como recurso o mecanismo de subsistencia.
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La “prostitución” ayorea no debe interpretarse desde
una perspectiva fenicia, porque para ellas fue natural en su lógica, que
su iniciativa fuera recompensada con recursos para alimentarse, compartir
y redistribuir entre las mujeres de sus familias.
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El punto es que la prostitución moderna, mejor dicho,
una de sus formas más lumpenizadas, las engulló de un modo que ellas no
percibieron ni quisieron.
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Muchas ayoreas han aparecido en la crónica policial,
algunas de ellas fueron asesinadas, y otras tantas ingresaron al alcohol
y las drogas.
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No son pocas las portadoras de ETS y probablemente SIDA.
Su inmemorial autonomía en el manejo de sus cuerpos y libertad sexual, fue
puesta a prueba en contextos perversos. Su axiología de iniciativa sexual
intrínseca a sus estructuras subjetivas, fue rebalsada totalmente por la
sub-cultura occidental prostitutaria de violencia, dinero, drogas y alcohol.
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Los hombres tienen más facilidades de articulación a
la sociedad nacional y se diluyen fácilmente en el mestizaje. Las mujeres
ayoreas sufren los designios de una organización cultural marcada por su
dominio, pero inútil para integrarse y resolver las relaciones y problemas
que les presenta una sociedad incapacitada para admitir y ubicar a mentalidades
radicalmente diferenciales.
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La única solución posible sería su aculturación total
A la manera de las mujeres aguarunas que se inmunizan contra el suicidio
aculturándose totalmente. Una especie de terapéutica del ser, contra el
dolor de no poder existir como les exigen los imperios íntimos de su cultura.
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Una especie de eutanasia antropológica. Pero tampoco
esas rutas les son posibles, porque su sentido de identidad es absolutamente
profundo e incontrastable, y así como en siglos pasados, en el siglo XXI
todavía siguen soñando con sus familias y cantando las virtudes de sus seres
queridos de ahora y de antes.
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Las ayoreas, ancestralmente recolectoras y sexualmente
libres, para supervivir y articularse a la vida urbana de Santa Cruz de
la Sierra, tuvieron que institucionalizar invertidamente la mendicidad y
la prostitución. ¿Qué puede ser más cruel que descubrir que lo natural es
un producto y la libertad es un yugo? ¿Qué puede ser más doloroso que descubrir
que la identidad con la que se creció ontogénicamente es un obstáculo para
vivir?