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Hace 19 años, un 15 de febrero como hoy, María Elena Moyano Delgado, afrodescendiente, dirigente popular y luchadora social, conocida como "Madre Coraje", fue asesinada por un comando de aniquilamiento de Sendero Luminoso. |
19 años después, la violencia, a pesar de lo que digan las fuentes estatales, continúa.
Violencia de ambos lados, desde el lado del terror de Sendero luminoso y desde el lado del gobierno, quien en su último acto de terror contra la libertad, el pasado sábado 12 de febrero apaleó públicamente a homosexuales y lesbianas en pleno centro de la ciudad, sin importarle las exclamaciones de horror y de reclamo de nacionales y extranjeros presentes. ¿Su falta? Ser homosexuales y decirlo sin vergüenza...
No queremos que la violencia de Sendero luminoso se expanda nuevamente, tampoco queremos que la violencia de estado continúe. Queremos vivir en un país donde haya paz, libertad y justicia social, un país en el cual nosotros y nuestros hijos podamos vivir y trabajar sin miedos, un país en el que podamos soñar con la felicidad, un país en el que las cifras oficiales no "maquillen" la realidad, un país en el que la corrupción se erradique; María Elena Moyano y muchas y muchos otros lucharon y fueron asesinados por ese sueño. ¿Cuantas muertes faltan para lograrlo?
¿POR QUÉ?
A Ma. Elena Moyano.
¿Por qué?, pensó mientras escuchaba los estallidos. Y corrió. David, Gustavo, ¡mis hijos! En la puerta, casi voló a su encuentro. Descubrió en su cerebro imágenes perdidas: su llegada al arenal, su pelea por el agua, la escuelita en el desierto. Se sorprendió pensando en su perrito, que también esperaba su regreso, sus compañeros de la U. su título en sociología y la alegría de su madre. Recordó también, con los ojos cerrados, su lucha partidaria, el miedo sentido por las amenazas recibidas y su decisión de pelear siempre de frente.
Entreabriendo los ojos vio a la mujer. Sí, pensó, es mujer como yo, ¿por qué? Intentó ver su cara, sus ojos, las sombras de la hermosa noche de febrero no le permitieron ver el brillo de esos ojos, ni el rictus en los labios. ¡¿Estás temblando...?! ¿Te duele como a mí? ¡Eres mujer! ¡Soy yo! ¿¡Por qué…!? Quiso seguir corriendo a abrazar a su Gustavo, a su David, pero las piernas pesadas no le respondían... quiso seguir corriendo y sintió que unas manos sin rostro levantaban su cuerpo y sin cuidado la dejaban caer más allá.
Sin explicarse el cómo, supo a qué se debía la dureza cilíndrica que apretaba su costado, el olor de la pólvora se impuso sobre sus recuerdos y una sola idea persistió en su cerebro: mis hijos...
La tarde siguiente, un hermoso sábado de febrero, trescientas mil personas se preguntarían igualmente ¿Por qué?, llorarían su muerte y... celebrarían su vida.
Carlos O. López Schmidt
SOLO CUATRO DIAS MAS...
A Ma. Elena Moyano.
El grito desgarrador rompió el silencio de la noche. Desde esa fatídica tarde de febrero, todas las noches de sus trece años eran iguales: despertaba empapado en sudor llamando a gritos a su madre. Entonces, como todas las noches, con los ojos desorbitados y el miedo asfixiando sus latidos, ahogó el sonido en su garganta, aterrado por las mismas imágenes y los mismos sonidos: la metralla disparada a corta distancia, los gritos de su madre clamando por él y por su hermano y pidiéndoles huyeran. Sus recuerdos desfilaban como en una pantalla de televisión, repitiendo las imágenes: su mamá intentando protegerlos, su mamá cayendo al suelo con el cráneo destrozado, él y David, su hermano de 9 años, paralizados de terror ante la figura desdibujada de esa mujer, la primera en disparar, sintiéndose culpable de no haberla detenido. Recordó las súplicas de su padre esa mañana: Malena, piensa en tus hijos, cúidate por ellos. Y las respuestas de su madre: ¡no va a pasar nada, no creo que se atrevan! además, en cuatro días nos vamos a España por un tiempo. ¿Y si te pasa algo, yo qué hago? ¡cúidalos y ámalos mucho... como yo!
El sudor que ardía en sus ojos le recordó el llanto derramado por su muerte absurda. Y, lo mismo que otras noches, no pudo dormir más, recordando firmemente su promesa de no volver a llorar. Ahora estaba allí, en ese país que iba a visitar emocionado con su madre. Sólo cuatro días más y hubieran hecho el viaje juntos, lo tenía prometido. Sólo cuatro días más...
Carlos O. López Schmidt
DOS MUJERES
A Ma. Elena Moyano.
El sol brillante de esa tarde de febrero hacía correr el sudor por sus mejillas. De pronto, entre la multitud, las dos mujeres se encontraron frente a frente, la una al fin encontrada por la otra. Por un segundo infinito se miraron fijamente, entrecerrando los ojos por el sol cegador, las pupilas de la una clavadas en las pupilas de la otra, intentando reconocerse en lo más íntimo de su femineidad.
Se miraron fijamente a los ojos, cada cual sufriendo el instante supremo. Sin saber cómo, los dos pensamientos se enfrentaron por un instante:
- Soy mujer, ella es mujer, pensó la una;
- Soy mujer, ella es mujer, pensó la otra,
- ¿Por qué yo?, la una,
- ¿Porqué yo? pensó igualmente la otra.
¡Mi lucha también es por ti! pensó la una -y se dio con la sorpresa que lo mismo pensaba la otra. Mientras tanto y sin querer, los ojos de la una voltearon en un ángulo inverosímil, hacia donde estaban sus hijos. Sabía que era la última vez que los veía y volcó en esa mirada su amor acumulado, pensando en el futuro que les esperaba, sin ella.
La otra, levantando la mano armada, pensó en lo mismo, mientras volteaba los ojos en ángulo inverosímil, intentando ver la puerta y asegurar su huida. Las dos cerraron los ojos y apretaron los dientes cuando el estallido resonó en sus oídos. En el mismo instante, las dos mujeres quedaron grabadas a sol, sudor y fuego en el corazón de la gente. Mientras la una, con el rostro desencajado volaba hacia la eternidad, la otra, con el rostro también desencajado, volaba hacia la puerta.
Carlos O. López Schmidt
15 de febrero de 2011