Antonio Quispe (APEIDO)
Prólogo: Susana Baca.
Si quisiéramos encontrar en el Libro "...de la pampa", de Antonio
Quispe Rivadeneyra, la información sesuda y erudita correríamos el riesgo de
que la fragilidad documentaria nos interrogue sobre la verdadera presencia de los descendientes
de los africanos en esta zona de hermosos valles y de una historia ya contada
con los dolores de la esclavitud.
Pero un libro de esta calidad no está para sentar las bases ni para considerarse
como un estudio académico, sino más bien está concebido como una forma de dejar
constancia que el proceso de inserción de los descendientes de africanos, traídos
como esclavos a estas costas, y el proceso de mestizaje que se produjo a su
llegada, son lo más valioso de un aporte invalorado por la historia oficial,
por la sociedad estamental en sí misma y por los mismos habitantes de nuestro
país, y en este caso de los que heredaron con dolor y pobreza esta tierra promisoria
que dio y dará en sus frutos la supervivencia de una identidad nacional.
Entonces es aquí que se valida su propuesta documental, la
misma que nos llevará a través del testimonio, del retrato personal de estos
hombres en el tiempo, a sus carencias y nos guiará al reconocimiento de lo no
conocido, de lo no relatado, de lo que la cotidianidad de las gentes hace en
los pueblos; sus tradiciones, y hace de la historia un proceso de hombres y
mujeres que asumen sus sueños y los proyectan sin ningún otro objetivo que afirmar
que sobrevivieron a su tiempo y la desesperanza del mismo .
"...de la pampa" no recorre las estadísticas y las formas
de producción, nos ubica tan sólo en el contexto de sus personajes porque, independientemente
de las circunstancias históricas, estos desheredados no tenían otra forma que
aportar con discreción y sin hacer notar cuánto conocimiento traían de su pasado
desde las costas africanas, porque la sociedad incipiente del Perú de aquel
entonces castigaba mas bien, y en este caso, el conocimiento.
Nada ha podido aportar más a mis recuerdos, olvidados recuerdos,
que repasar una a una la historia de estos hombres y mujeres que transcurren
en las páginas de este libro, como lo que mis abuelas casi en secreto contaban,
están ahí, aquí sus testimonios de seres simples, de emociones profundas y sueños
no realizados. Nada de estos relatos me es ajeno y nada será ajeno para quienes
como yo, y muchas más gentes del Peru, tenemos que recordar los procesos de
junta y exclusión a los que fuimos sometidos y que en las memorias de este libro
se vislumbran puras, porque no es la palabra del autor las que las convierten
en relatos sino que son ellas misma las que nos hablan desde sí.
El Valle de Cañete, famoso por su rica tierra para la agricultura,
nos hace detener los ojos en su paisaje lleno de promesas, de un mar abierto
y generoso pero que nos provoca respeto.
En la palabra de estos testimonios está mi propia fantasía
para vislumbrar la casa de San Luis de Cañete donde se crió mi abuelo, Luis
de la Colina, hijo de doña Plácida, nacida esclava y que aprendió a tocar el
piano en la casa de los patrones. Placida, de grande fue dulcera y montada en
su mula vendía dulces de pueblo en pueblo, cantaba y tocaba el órgano en la
iglesia en los días de guardar.
El abuelo Luis tuvo muchos hermanos, todos trabajaron de jornaleros
en el campo, seguro ese campo tan verde y tan bello guarda gotitas de sudor
de ellos y de tantos otros. Pero con ellos no está escrita la historia de mi
país, por eso me emociono al leer estas vidas presentes en el rescate del trabajo
que propone Antonio Quispe Rivadeneyra, en este libro. Creo que él abre una
puerta para hacer el justo reconocimiento al aporte de los afro-peruanos en
el agro y su contribución al desarrollo de la agricultura de este Valle de Cañete.
El libro que ahora describimos da las pautas para que otros investigadores sigan
el camino de hacer de la historia y el tratamiento académico a partir de las
vivencias personales de los hombres y mujeres que nunca tuvieron la oportunidad
de contar su propia historia. Ojalá se vaya el temor y ojalá podamos
reconciliarnos a partir de ella.
Mientras escribo esta nota contemplo la única herencia que
don Luis le dejó a su hija: el baúl de mi Abuelo.
Susana Baca
18/08/2003
Este sitio web es financiado con fondos de Cimarrones.
|