Crónica de Luis Valdiviezo Arista
La fría e iluminada noche del viernes 3 de noviembre (2006), me dirigí al Museum of fine Arts de Boston, para escuchar a Susana Baca y a sus cuatro músicos: David Pinto, Juan Medrano Cotito, Hugo Bravo y Sergio Valdeos.
Llegué antes de lo pensado y aproveché mi exceso de puntualidad para dar un vistazo a las exquisitas salas ornadas con pinturas y esculturas de Grecia, Etruria, India, Corea, China, Jaóon, Turquía, Iran; y otros diferentes países de África, Oceanía, Europa y América precolombina. Unas pocas, pero distinguidas, manifestaciones de nuestros familiares espíritus Paracas, Nasca y Chimú también estaban ahí.
Luego de deambular brevemente entre fragmentos del pasado de diversas civilizaciones, encontré una cola en crecimiento a las puertas del auditorio Remis, donde sería el concierto de Susana Baca. Sus quinientas butacas fueron abarrotadas por una mayoría de estadounidenses y latinoamericanos.
Cuando apareció Susana Baca, descalza, con túnica amarillo claro y chal amarillo oscuro, fue recibida con efusivos aplausos. Ya había calor y simpatía entre ella y la mitad del público antes de comenzar a cantar. El concierto, que comenzó con el "Toro Mata", fue llevando a los asistentes por las travesías musicales de Susana Baca. El público cruzó océanos de historia, poesía y ritmos, en los que la humanidad de África, América y Europa se desencuentra y encuentra, se segrega e integra, se oprime y libera, bajo el dulce timbre de su voz y el vaivén marino de sus pasos.
Además de cantar en su cristalino español materno, Susana lo hizo en portugués, inglés y creol haitiano. Al término del concierto de hora y media, ya la otra mitad del público estaba contagiada de su calidez afroperuana. Las casi quinientas personas presentes la despidieron emocionadas y aplaudiéndola de pie. Luego de salir el último músico, continuaron aplaudiendo hasta que ella y sus músicos volvieron juntos al escenario para ofrecer al público dos canciones más. En estos minutos de yapa, una mujer peruana salió del público y le regaló una impecable bandera peruana con escudo bordado.
La dulce voz de Susana Baca sedujo una vez más los corazones de un público global y nacional, el que saliendo del auditorio luego del concierto, volvió a formar otra cola para pedir el autógrafo de la Diva sobre los CD de sus álbumes "Travesías", "Espíritu Vivo", "Eco de Sombras", "Vestida de Vida", fotos, revistas, etc. que habían llevado para la ocasión.
Confieso que yo salí del concierto conmovido, no sólo por la sublime ejecución artística de Susana Baca, sino también por su increíble autenticidad, sencillez y fuerza moral. Pocas horas antes del concierto, esta ganadora en el 2002 del Grammy al Mejor Álbum Folk, condecorada por diversos gobiernos y organismos internacionales por sus contribuciones a la cultura universal, me contó con un cariño que desbordaba sus ojos bondadosos: "Cuando terminé mis estudios de maestra…me fui a las alturas de Tarma a trabajar y vivir el interior de mi país … sé lo que es sembrar o cosechar un campo, sé lo que significa su trabajo y aprendí lo valioso que es un pan en la mano."
Esa misma noche regresando a casa, yo no dejaba de preguntarme: "¿Cómo es que la mayoría de los medios de comunicación peruanos no perciben a esta afroperuana reconocida en el escenario global de la música y profundamente enamorada de su país?
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