Lo que siento en estos momentos es un inmenso agradecimiento por la presencia de todos ustedes, por el apoyo de la Municipalidad de San Isidro y por la colaboración y apoyo permanentes del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONCYTEC).
No presentaré la larguísima relación de personas a las que agradezco que La Novena en Décimas exista y que desde ahora este libro tenga vida propia. A toda esta gente que de una u otra manera me ha ayudado, a Adriana, mi esposa, y a toda mi familia, les tengo inmensa gratitud porque me han alentado a que realice esta obra, aunque siempre he insistido que el libro que presentamos hoy tiene autoría compartida, como bien se puede entender después de haber escuchado a Lothar Busse, a Luis Palomino y a Armando Byrne.
Les aseguro que los reconocimientos a ellos y a otros que han participado en muchas formas en la realización de La Novena... no se los llevará el viento, porque se podrán leer en la obra que presentamos hoy viernes, 17 de marzo de 2006.
Desde hace días o tal vez semanas, vengo pensando que en la realización de un libro como el que presentamos ahora, hay mucho de osada decisión y valiente actitud para atreverse a hacer algo para lo cual uno no considera que está completamente preparado. Insisto ante ustedes en algo que considero cierto: no soy poeta, no soy decimista, no soy literato. Soy antropólogo metido en la etnohistoria; para eso estoy formado y durante 40 años he dado abundantes muestras de mi vocación por las ciencias sociales.
Pero también soy un convencido de que el ser humano tiene predilección por áreas que parecerían ser opuestas a la vocación principal y por eso mismo me parece excelente y ante ustedes me felicito y me doy abrazos y besos por haberme metido a hacer algo para lo cual sigo creyendo que no tengo preparación. En mi casa hay cientos de libros de literatura que dan cuenta de que ésta es para mí una vieja afición que empezó desde que era niño y quizás ha sido y es también una vocación escondida.
Les digo también, que desde mis tiempos del Colegio Militar no he escuchado una clase de literatura, ni nunca me he puesto a estudiarla con responsabilidad; no considero aquí las charlas y conferencias que pueda haber escuchado. Repito, pues, amigos todos, que no soy ni poeta, ni decimista, ni literato: soy un antropólogo al que le vinieron ganas de hacer décimas y que recientemente entre los leonciopradinos de la Novena Promoción encontró a un grupo de amigos de hace cinco décadas que muy amigablemente me fueron dando material e ideas para que hiciera nuestra historia en décimas; ellos sabían que las redactaba con placer desde antes, y que conocía sus reglas métricas y las de las rimas.
Y me creí sus halagos junto con sus aportes y una insistencia infatigable y despiadada, de la que tengo gratitud. Han sido tres años en este trabajo, teniendo tras de mí a un grupo de ingenuos: el Grupo de Apoyo a la Novena, que me cree poeta y decimista. Reitero: soy antropólogo, no poeta. Lo digo, amigos asistentes a esta reunión, con total sinceridad.
Pero lo que importa y les pido que me escuchen con atención, es que con ese estímulo me atreví a hacer algo insólito, fuera de lo común e inusual en mi vida. Me atreví a quitarme la identidad de Clark Kent. Y eso me pareció y me parece extraordinario, porque así como Humberto Rodríguez tuvo la osadía de hacer décimas muy bien, cada uno de ustedes puede hacer lo mismo, cosas inesperadas, asombrosas, extraordinarias, fuera de lo común y más allá de la vida cotidiana repetitiva y rutinaria pero positivas. Hay que quitarnos las ropas de Clark Kent, volvernos Superman, volar y comprobar que hay un mundo dentro de uno mismo por descubrir, pero cuidándose siempre de la kriptonita del autoengaño.
Creo que se debe asumir que uno no solo es responsable ante la sociedad y ante el país por la dura pobreza en que vivimos, también se debe ser responsable consigo mismo redescubriéndose permanentemente, desarrollando propensiones escondidas, aplastadas o autosilenciadas.
Al decir esto último no quiero decir que nos autodestruyamos, sino que vivimos en un tipo de sociedad en la que su orden es tal que no genera el desarrollo de nuestras potencialidades; millones de nuestras neuronas se despiertan a medias o tal vez nunca lo hacen. Quizás una de nuestras potencialidades a la que la sociedad más sojuzga es la imaginación, porque si ella encuentra ambiente adecuado podría permitir asaltar los cielos y reemplazar a los dioses celestiales.
Me imagino en estos momentos a ese grupo de ex cadetes, que apoyó con fe e ingenuidad este libro haciendo también cosas fuera de lo común y que se sienten felices por ello como ahora yo me siento. En mi imaginación ellos han decidido quitarse la ropa de Clark Kent y levantar vuelo. Quizás en alguno de ellos hay vocación por cazar jabalíes, aquí en público le pido que lo haga; que otro de ellos tenga latente el afán de ser monje budista, le digo que solo tiene que ponerse el hábito correspondiente y echarse a andar por el mundo con la cabeza rapada y el corazón feliz.
Se que les estoy ofreciendo imágenes inesperadas y que mis amigos del Grupo de Apoyo sienten que se les mueve el piso. Lo hago porque quiero mostrarles a ellos y a todos ustedes cómo se siente un antropólogo con cuatro décadas en la profesión --con cerca de setenta años-- haciendo décimas, y que inesperadamente llega a ser tan satisfactorio como para otros pueda ser cazar jabalíes o ser un monje budista con su vestimenta anaranjada.
Igual puede hacer cada uno de los que me escucha. Cualquiera de ustedes puede salir de sus cánones cotidianos y consumar lo que le venga en gana; todos somos capaces de escaparnos por los muros y encontrar la satisfacción de haber hecho una hermosa travesura, claro que estaremos algo asustados pero al mismo tiempo satisfechos por haber sobrepasado paredes que recortaban nuestra libertad.
Estoy absolutamente seguro que muchas de nuestras murallas interiores las ponemos nosotros mismos, las levantamos ladrillo por ladrillo argamaseados con cemento. Hay que tirar contra aunque nos expulsen a continuación, aunque nos digan ‘tú no eres decimista’, como me han dicho a boca de jarro pero con cariño. Simplemente no he hecho caso y anuncio ahora que quizás siga haciendo otros cientos o miles de décimas, simplemente porque me satisface tirar contra y porque me da la gana; así como si me diera la gana me dedicaría a ser entrenador de natación, a jugar básquet en el equipo de los jubilados, a jugar bolero, a querer más la vida y a mi gente. Pero jamás haré algo que no sea auténtico, como bailar regetón o ponerme a besuquear niños solo por ganar votos. Tanta hipocresía junta nos hace tener vergüenza por los que no la tienen y que aparecen en televisión y sin empacho sonríen. Felizmente existe el infierno.
Por este libro, La Novena en Décimas, me siento tan contento como cuando termino de hacer un geniograma gigante. Porque me atreví a hacerlo, porque salí de mi rutina y alimenté una vocación soterrada tanto como mi imaginación que me servirá para tomar por asalto al cielo. En esta faena puse mis recuerdos y los de otros, y así salió un libro que estoy seguro será de mucho agrado para los que formamos parte de la Novena Promoción leonciopradina, aquella que finalizó sus estudios hace cincuenta y un años con cuatro meses; las 300 décimas que incluye la obra serán entendidas sobre todo por los novenarios caballeros cadetes .
En suma: la lección que me da La Novena en Décimas y que con gusto transmito a ustedes y espero que la tomen en serio, es que hay que atreverse a seguir viviendo haciendo cosas nuevas positivas y de la forma en que a uno le venga en gana, sin ofender a otros y sin tener que usar una corbata que es feísima y que acogota.
Una vez más les expreso mi agradecimiento en esta ocasión importante por su compañía. Agradezco al Grupo de Apoyo de la IX promoción Mariscal Ramón Castilla a la que pertenecemos los novenarios y espero que sea estimulante para las 57 promociones leonciopradinas.
Gracias.